Lenguaje, cultura y sostenibilidad desde la periferia

Cambiar el lenguaje es también cambiar la ciudad. Las palabras crean realidades, pero también jerarquías.

10/21/2024

En los márgenes de Madrid, donde la diversidad se vive en cada calle y acento, la sostenibilidad adquiere un sentido más amplio y urgente. No se trata solo de paneles solares o zonas verdes, sino de dignidad, pertenencia y derecho a nombrarse. En estos territorios, el lenguaje es mucho más que una herramienta: es un terreno de disputa donde se define quién puede habitar la ciudad y desde qué lugar.

Tatiana Ndombasi Bokuy, activista y representante de Afrodiccionario, lo expresa con fuerza: cambiar el lenguaje es también cambiar la ciudad. Las palabras crean realidades, pero también jerarquías. Nombrar desde una mirada antirracista permite combatir las exclusiones históricas que han afectado a las comunidades afrodescendientes y otras minorías. En un distrito marcado por la diversidad, resignificar el habla cotidiana es el primer paso para transformar la convivencia.

Pero no solo se trata de palabras. La economía también habla, y en este caso lo hace a través de los negocios étnicos: peluquerías, locutorios, restaurantes o tiendas especializadas que sostienen mucho más que intercambios comerciales. Son espacios de encuentro, resistencia y cuidado, donde se cultivan redes comunitarias y se afirma la identidad cultural frente al olvido institucional. En estos lugares, lo económico y lo social se entrelazan, tejiendo una sostenibilidad cotidiana que no necesita etiquetas ni subvenciones para demostrar su valor.

Aun así, la exclusión también opera desde el urbanismo. Las comunidades racializadas se enfrentan a barreras específicas para acceder a recursos sostenibles, desde zonas verdes hasta infraestructuras culturales. Esta forma de racismo ambiental se manifiesta en el deterioro del espacio público, la escasa inversión y la invisibilización de demandas históricas. Por eso, pensar la sostenibilidad en clave de justicia exige mirar más allá de lo ambiental y abordar las desigualdades estructurales que impiden a ciertos grupos disfrutar plenamente de su entorno.

El espacio se construye, pero también se narra. Y cuando el relato dominante silencia o estigmatiza, el primer gesto sostenible es escuchar otras voces, dar lugar a otras lenguas, reconocer otras formas de habitar. La sostenibilidad real no puede prescindir de lo cultural. Solo así será posible una ciudad verdaderamente inclusiva, donde no baste con “integrar” a los otros, sino donde todas las comunidades puedan construir el futuro en pie de igualdad.

Ese futuro ya se está ensayando, desde abajo, en cada palabra reapropiada, en cada tienda de barrio que abre sus puertas, en cada plaza resignificada como lugar de encuentro. Porque en los márgenes no solo se resiste: también se crea ciudad.